La predicación puritana se caracteriza por una aplicación juiciosa de la verdad a la experiencia. La predicación juiciosa describe la diferencia entre el no creyente y el cristiano. La predicación juiciosa pronuncia la ira de Dios y la condenación eterna sobre los incrédulos y los impenitentes. Asimismo, ofrece el perdón de pecados y la vida eterna a todos aquellos que adoptan por fe verdadera a Jesucristo como Salvador y Señor y que por su Santificaion dan Evidencia de ello.
Dicha predicación enseña que si nuestra religión no es experiencial, pereceremos, no porque la experiencia en sí misma salva, sino porque Cristo que salva a los pecadores debe ser experimentado personalmente como la Roca sobre la cual nuestra esperanza eterna se cimienta (Mateo 7:22–27; 1 Corintios 1:30, 2:2).
Los puritanos eran conscientes de que el corazón humano es engañoso. Consecuentemente, los evangelistas puritanos se esmeraron en identificar las marcas de la gracia que distinguen a la iglesia del mundo, los verdaderos creyentes de los meros profesantes, y la fe salvadora de la fe temporal.15 Thomas Shepard en Las Diez Vírgenes, Matthew Mead en El Casi Cristiano Descubierto, Jonathan Edwards en Afecciones Religiosasy otros puritanos escribieron docenas de obras diferenciando los impostores de los verdaderos creyentes.
Los predicadores puritanos conocían, en palabras de Thomas Boston, “el arte de pescar hombres”. Esperaban conseguir tanto una conversión inicial como una conversión continuada entre sus oyentes. Creían que el sermón era un medio de la gracia y que sería utilizado por el Espíritu para conseguir la conversión y el crecimiento en la gracia. De ahí que apuntaran a tratar de manera significativa con las luchas espirituales internas. Como escribe Sydney Ahlstrom:
“Sin negar el carácter objetivo, puramente gracioso de los actos redentores de Dios, deseaban dejar sitio a los actos voluntarios, conscientes, arrepentidos, agradecidos, amantes de la persona humana… buscaban hacer sitio en la economía de la salvación para la subjetividad, para los actos de conciencia humana.”
Esto explica la impresión que uno recibe de que sus sermones están firmemente basados en la teología Calvinista y simultáneamente llenos de los imperativos del evangelio bíblico y su exhortación al arrepentimiento y a creer.
¡Cuán diferente es esto de la mayor parte de la predicación contemporánea! Con frecuencia, hoy en día, la Palabra de Dios se predica de tal manera que nunca trasformará a nadie porque no discrimina y nunca aplica. La predicación se reduce a una conferencia, una forma de satisfacer los deseos y las exigencias de la gente o una forma de emocionalismo apartado del fundamento de la Escritura. Dicha predicación fracasa en exhibir de la Escritura lo que los puritanos llamaban la religión vital: cómo el pecador es despojado enteramente de su propia justicia, llevado sólo a Cristo para salvación, encuentra gozo en la obediencia y la dependencia de Cristo, tropieza con la plaga del pecado que habita en él, lucha contra los deslices y obtiene la victoria a través de Cristo.
Timoteo, cuando la Palabra de Dios se predica experimentalmente, el Espíritu Santo la usa para trasformar a hombres, mujeres y naciones. Esta predicación transforma porque se corresponde con la experiencia vital de los hijos de Dios (Romanos 5:1–11), claramente explica las marcas de la gracia salvadora en el creyente (Mateo 5:3–12; Gálatas 5:22–23), proclama el llamamiento de lo alto de los creyentes como los siervos de Dios en el mundo (Mateo 5:13–16) y muestra la destinación eterna de los creyentes y de los incrédulos (Apocalipsis 21:1–9).