Mi papá solo tenía una educación de octavo grado, pero era un maestro talentoso y claro. Fue mi maestro de adoración familiar en casa y mi principal maestro de catecismo durante la mayor parte de mis años de crecimiento en la iglesia. El último día del Señor di la ilustración de cómo él escribiría en la pizarra: “Debes nacer de nuevo”, subrayando la palabra “debes” tres veces, y luego llevándola a nuestra conciencia con lágrimas en los ojos. Poco antes de convertirme a los 14 años, recuerdo (para mi vergüenza) desafiarlo por su fuerte énfasis en “debes”. Argumenté que si no fuera elegido por Dios para la salvación, la palabra “debes” realmente no se aplicaría a mí porque no sería salvo sin importar qué. Nunca olvidaré su respuesta. Simplemente me miró con una punzada de lástima en sus ojos y dijo: “Hijo, si el Señor comienza a obrar en ti para salvarte, entenderás esta palabra ‘debes’ porque la salvación se convertirá en un ‘deber santo’ para ti”. Meses después, el Señor comenzó a obrar en mi alma y descubrí que tenía razón: la salvación se convirtió rápidamente en un “deber santo” para mí. En mi propia alma, llegué a la intersección o encrucijada de la “santa necesidad” y la “santa imposibilidad”; Tenía que ser salvo y no podía ser salvo. Felizmente, Dios reveló a su Hijo a mi alma necesitada a su debido tiempo como mi salvación completa.

¡Qué gozo inefable es el nuestro cuando el “santo deber” de la salvación se convierte en “santa realidad” por la asombrosa gracia de Dios en Cristo!

por Ps. Joel Bekee